El novio que se arrodilla ante el altar tiene en su corazón la posesión más valiosa que un esposo puede desear—la seguridad de que esa joven que pone confiadamente su mano junto a la suya es tan pura como un rayo de sol— tan inmaculada como... la nieve recién caída del cielo. Igualmente sublime es la seguridad que la novia tiene de que el hombre que ama, a quien se entrega en matrimonio, es tan puro y limpio como ella. Una unión así será verdaderamente un matrimonio ordenado de Dios para gloria de su creación. Jóvenes, ésta es la herencia que deberéis recordar al elegir vuestro compañero eterno, y ruego que os deis cuenta de su valor. (Pdte. David O. McKay)
"AQUÍ NO HALLARÁS LOS FRUTOS, SINO SÓLO LAS SEMILLAS."