Como padre, he pensado muchas veces en José, ese hombre fuerte y silencioso, casi desconocido, que debió de haber sido el más digno de todos los mortales para ser el padre adoptivo del Hijo viviente de Dios. Fue José el elegido entre todos los hombres para enseñar a trabajar a Jesús; fue José quien le enseñó los libros de la Ley; fue José quien, en la soledad del taller, le ayudó a comenzar a comprender quién era Él y lo que llegaría a ser.
Con lo que José debió de haber sentido al caminar por las calles de una ciudad desconocida, sin amigos ni familiares cerca, sin nadie que estuviera dispuesto a tenderle una mano. En esas últimas y más dolorosas horas de su "confinamiento", María cabalgó o caminó aproximadamente ciento sesenta kilómetros, desde Nazaret en Galilea, hasta Belén en Judea. Con toda seguridad, José debió haber llorado ante la valentía silenciosa de ella. Y solos, sin que nadie se percatara de su situación, rechazados por los seres humanos, tuvieron que ir a un establo, al lado de los animales, para dar a luz al Hijo de Dios.
Me pregunto cómo se ha de haber sentido José al limpiar el estiércol y la basura del lugar; me pregunto si se le llenaron los ojos de lágrimas al tratar apresuradamente de encontrar la paja más limpia y retirar a los animales hacia un lado. Me pregunto si él pensaría: "¿Habrá circunstancias más insalubres, más propensas a las enfermedades y más despreciables en las que pueda nacer un niño? ¿Es éste un lugar digno de un rey? ¿Se debe esperar que la madre del Hijo de Dios entre en el "valle de sombra de muerte" (Salmos 23:4) en un lugar tan pestilente y extraño como ése? ¿Está mal desear que ella tenga un poco de comodidad? ¿Es correcto que Él nazca aquí?"
Pero estoy seguro de que José no murmuró ni María se quejó. Ellos tenían un gran conocimiento e hicieron lo mejor que pudieron bajo las circunstancias. Esos padres tal vez supieran aun entonces que tanto en el principio de Su vida terrenal, al igual que hasta el final de la misma, ese pequeño niño que les había nacido tendría que descender hasta lo más profundo del sufrimiento y la desilusión humanos.
Él lo haría con el fin de ayudar a aquellos que sintieran que también habían nacido sin ninguna oportunidad en la vida.
por el élder Jeffrey R. Holland
Con lo que José debió de haber sentido al caminar por las calles de una ciudad desconocida, sin amigos ni familiares cerca, sin nadie que estuviera dispuesto a tenderle una mano. En esas últimas y más dolorosas horas de su "confinamiento", María cabalgó o caminó aproximadamente ciento sesenta kilómetros, desde Nazaret en Galilea, hasta Belén en Judea. Con toda seguridad, José debió haber llorado ante la valentía silenciosa de ella. Y solos, sin que nadie se percatara de su situación, rechazados por los seres humanos, tuvieron que ir a un establo, al lado de los animales, para dar a luz al Hijo de Dios.
Me pregunto cómo se ha de haber sentido José al limpiar el estiércol y la basura del lugar; me pregunto si se le llenaron los ojos de lágrimas al tratar apresuradamente de encontrar la paja más limpia y retirar a los animales hacia un lado. Me pregunto si él pensaría: "¿Habrá circunstancias más insalubres, más propensas a las enfermedades y más despreciables en las que pueda nacer un niño? ¿Es éste un lugar digno de un rey? ¿Se debe esperar que la madre del Hijo de Dios entre en el "valle de sombra de muerte" (Salmos 23:4) en un lugar tan pestilente y extraño como ése? ¿Está mal desear que ella tenga un poco de comodidad? ¿Es correcto que Él nazca aquí?"
Pero estoy seguro de que José no murmuró ni María se quejó. Ellos tenían un gran conocimiento e hicieron lo mejor que pudieron bajo las circunstancias. Esos padres tal vez supieran aun entonces que tanto en el principio de Su vida terrenal, al igual que hasta el final de la misma, ese pequeño niño que les había nacido tendría que descender hasta lo más profundo del sufrimiento y la desilusión humanos.
Él lo haría con el fin de ayudar a aquellos que sintieran que también habían nacido sin ninguna oportunidad en la vida.
por el élder Jeffrey R. Holland
Que maravilloso esta bella enselanza me hace pensar que asi debe de sentirse todo buen hombre que escoje ser un papa adoptibo de un hijo q no es suyo su ssngre pero que have lo imposible por darle lo mejor.o como todo aquel hombre que decido ser el esposo de una mama soltera debe
ResponderEliminarEl amor de Dios hacia la humanidad no tiene límites.Cubre toda la inmensidad de lo creado.
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