Los niños poseen la facultad de la compasión; ellos no tienen miedo de expresar sus verdaderos sentimientos. En la popular película titulada “Solo en su casa” (titulo original en inglés Home Alone), una escena cerca del final nos hace sentir un nudo en la garganta.
La escena tiene lugar en una capilla, es Navidad, y los dos solitarios personajes están sentados uno junto al otro en uno de los bancos. El anciano, que vive solo, esta separado de su familia y no tiene amigos. Su vecino de la casa contigua, protagonizado por McCaulay Culkin, es el chico que ha quedado solo en su casa, pues su familia se ha ido de vacaciones a Europa dejándole a el allí inadvertidamente .
El niño pregunta al solitario anciano si tiene familiares. El caballero le explica que el y su hijo y la familia de este se han distanciado y que ni siquiera se comunican. Con la inocencia de la niñez, el chico abruptamente le dice: “¿Y por que no llama a su hijo y le pide disculpas y le invita a su casa para Navidad?”
Suspirando, el anciano le contesta: “Me da mucho miedo de que me diga que no”. Ese temor le había anulado la facultad de expresar amor y de pedir disculpas.
El espectador se queda a la espera de lo que resultara de esa conversación, pero no por mucho rato. Llega la Navidad; vuelve la familia del niño y este aparece en una ventana del piso alto de su casa mirando hacia la entrada de la casa del anciano; de pronto, ve una escena conmovedora: el anciano acoge con feliz bienvenida a su hijo, a su nuera y sus nietos.
El hijo abraza al padre y el anciano hunde la cabeza en el hombro de su querido hijo. Momentos después, al volverse, el anciano dirige la mirada hacia la ventana en que esta el niño y ve a su amiguito observando desde allí el milagro del perdón. Sus ojos se encuentran e intercambian un gesto de gratitud agitando la mano. El “bienvenido a casa” reemplaza el “solo en su casa”.
Uno sale del cine con los ojos húmedos. Ya a la luz del día. los pensamientos de algunos quizá se dirijan al Hombre de milagros, al Maestro de la verdad, el Señor de señores: Jesucristo. Yo pensé en El.
¡Que poder, que amor, que compasión nos manifestó así nuestro Maestro! Nosotros también podemos seguir Su noble ejemplo; las oportunidades de hacerlo siempre están presentes. Se necesitan ojos para ver y oídos para oír la suplica silenciosa del corazón lleno de dolor de las personas. Si, y el alma llena de compasión para comunicarnos no sólo con la vista, ni con la voz, sino con el majestuoso estilo de nuestro Salvador, incluso con el corazón.Pdte Thomas S. Monson
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