Un día de Junio, conversando con un amigo al hablarle me hizo recordar a José como padre, tal como lo aprendí de un apóstol cuando era comisionado de educación, José el elegido para enseñarle a Jesús en su taller de carpintero a trabajar y comprender quién era, y cuál sería su misión.
José imagínense los sentimientos de el, al recorrer las calles de una ciudad desconocida, sin un amigo cerca que le tendiera la mano, ni ninguna otra persona que deseara hacerlo. En aquellas trascendentales horas que precede a un alumbramiento, con María recorrió 160 KM hasta Belén, debió haber derramado calladas lágrimas al contemplar el silencioso valor de su esposa y solos e inadvertidos, descender a un establo de animales.
Limpiando el estiércol y la basura del establo; apresuradamente encontrando paja limpia y manteniendo los animales alejados de su esposa; quizá su mente estaba llena de preguntas como estas:
¿Podría un niño nacer en lugar más insalubre y más mezquino?
¿Es acaso éste un lugar apropiado para un rey?
¿Debe la madre del Hijo de Dios entrar en el valle de la sombra de muerte en un sitio como éste?
¿Haré mal en desear que mi esposa este más cómoda?
¿Es éste el lugar donde Él tiene que nacer?"
Sin embargo, seguro de que José no murmuró, ni María se quejó. Con toda seguridad de que conocían las respuestas a todas esas preguntas.
La mayoría como padres experimentamos en cierta medida "el horno de la aflicción" (1 Nefi 20:10) la pérdida o demora de una meta digna, ineptitud o depresión. Mediante la justicia y misericordia de un Padre Celestial amoroso, el refinamiento y la santificación que se logran mediante tales experiencias nos ayudan a alcanzar lo que Dios desea que lleguemos a ser.
Y a diferencia de las instituciones del mundo, que nos enseñan a saber algo, el Evangelio de Jesucristo nos desafía siempre a llegar a ser algo"
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