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Con demasiada frecuencia basamos nuestras metas en lo que el mundo valora



El presidente Packer contó unas experiencias que ocurrieron en una isla cercana a las costas de Okinawa. Él considera este sitio como su montaña en el desierto. Su preparación personal y el juntarse con otros miembros habían profundizado sus creencias en las enseñanzas del Evangelio. Lo que aún le faltaba era una confirmación, el conocimiento seguro de que aquello que ya había sentido era verdadero.

La biógrafa del presidente Packer narra lo que sucedió entonces: “Contrario a la paz y confirmación que buscaba, se enfrentó cara a cara con el infierno de la guerra contra el inocente. Ansiando algo de soledad y tiempo para pensar, ascendió un día a una colina que daba al océano. Allí encontró los restos destrozados de una casa campesina, con un campo de batatas abandonado. Y en medio de las plantas moribundas vio los cadáveres de una madre y sus dos hijos asesinados. La escena le produjo una profunda tristeza, mezclada con los sentimientos de amor por su propia familia y por todas las familias”.

Posteriormente, fue al interior de un improvisado búnker donde reflexionó, meditó y oró. Al mirar en retrospectiva este suceso, el presidente Packer describió lo que yo llamaría una experiencia espiritual confirmatoria. Se sintió inspirado en cuanto a lo que él debía hacer con su vida. Desde luego, no tenía la menor idea de que sería llamado a este elevado y santo llamamiento que ahora tiene. Su visión era, que quería ser un maestro que recalcaría las enseñanzas del Salvador. Él tomó la resolución de vivir una vida recta.

Se dio cuenta, de una forma más bien profunda, que tendría que buscar a una esposa recta y que juntos criarían a muchos hijos. Este joven soldado reconoció que la carrera que eligió sólo le brindaría ingresos módicos y que su dulce compañera debería compartir las mismas prioridades que él y estar dispuesta a vivir prescindiendo de algunas cuestiones materiales. Quienes hayan conocido a la hermana Donna Packer saben que, para el presidente Packer, ella ha sido y es la compañera perfecta. Nunca hubo mucho dinero sobrante, pero ellos no se sintieron privados de nada. Criaron a diez hijos, para lo que fueron necesarios los sacrificios. Hoy en día tienen sesenta nietos y setenta y nueve bisnietos.


Recuerdo los tiernos sentimientos que experimenté cuando me enteré que él se sentía avergonzado como nueva Autoridad General de ir con otras Autoridades a una reunión de líderes de la Iglesia, ya que él no tenía una camisa blanca adecuada.

Comparo este relato verídico con ustedes porque con demasiada frecuencia basamos nuestras metas en lo que el mundo valora. Los elementos esenciales son realmente sencillos para los miembros que han recibido las ordenanzas salvadoras. Sean rectos. Formen una familia. Encuentren una manera adecuada de proveer el sustento que necesiten. Sirvan en lo que se les llame. Prepárense para comparecer ante Dios.

(Lucile C. Tate, Boyd K. Packer: A Watchman on the Tower, 1995, págs. 58–59)

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