Un agradable joven de poco más de veinte años se hallaba sentado frente a mí. Tenía una sonrisa simpática, aunque no sonrió mucho durante nuestra conversación. Lo que más me llamó la atención fue el dolor que se reflejaba en sus ojos.
“No sé si debo seguir siendo miembro de la Iglesia”, me dijo. “No creo ser digno”.
“¿Por qué no habrías de ser digno”, le pregunté.
“Porque soy homosexual”.
Supongo que pensó que sus palabras me iban a sorprender. Pero no fue así. “¿Y qué…?”, le pregunté.
Una expresión de alivio le cruzó la cara al percibir la compasión en mí. “No me atraen las mujeres, sino los hombres. He tratado de dejar de lado esos sentimientos o de cambiarlos, pero…”
Dejó escapar un suspiro. “¿Por qué soy así? Los sentimientos que tengo son algo muy real”.
Permanecí en silencio un momento y luego le dije: “Necesito saber un poco más antes de aconsejarte. Mira, la atracción hacia los del mismo sexo no es un pecado, pero las acciones provocadas por esos sentimientos sí lo son, exactamente igual que con sentimientos heterosexuales. ¿Violas la ley de castidad?”
Él sacudió la cabeza y dijo: “No, no la violo”.
Esto me tranquilizó. “Te agradezco que tengas el deseo de resolver este asunto”, le dije. “Hace falta tener valor para hablar del tema y te admiro por mantenerte limpio”.
“En cuanto al porqué de tus sentimientos, no puedo responder a esa pregunta. Puede haber una serie de factores que influyan y pueden ser tan diferentes como las personas son diferentes entre sí. Algunos, incluso los que causan tus sentimientos, quizás no los sepamos nunca en esta vida. Pero el saber por qué te sientes así no es tan importante como saber que no has transgredido. Si tu vida está en armonía con los mandamientos, entonces eres digno de prestar servicio en la Iglesia, de disfrutar de plena hermandad con los miembros, de asistir al templo y de recibir todas las bendiciones de la expiación del Salvador”.
Fue evidente que mis palabras le hicieron sentir mejor. Continué: “Te tratas injustamente al considerar tu persona sólo por tu inclinación sexual. Ésa no es tu única característica; por lo tanto, no debes prestarle más atención de la que merece. Primero y fundamentalmente eres un hijo de Dios, y Él te ama.
“Más aún, yo te amo y mis hermanos de las Autoridades Generales te aman. Recuerdo un comentario que hizo el presidente Boyd K. Packer al dirigirse a las personas que se sienten atraídas hacia las personas de su mismo sexo: ‘No los rechazamos…’, dijo. ‘No podemos rechazarlos, pues ustedes son hijos e hijas de Dios. No los rechazaremos, porque los amamos’”.
Hablamos durante unos treinta minutos, más o menos. Sabiendo que no podía ser su consejero personal, lo referí a los líderes locales del sacerdocio que le correspondían. Después nos despedimos. Creo haber visto en sus ojos una expresión de esperanza que no tenía antes. Aun cuando le quedaban por delante dificultades para vencer —o simplemente soportar—, tuve la impresión de que las enfrentaría bien.
Élder Jeffrey R. Holland - Octubre 2007
“No sé si debo seguir siendo miembro de la Iglesia”, me dijo. “No creo ser digno”.
“¿Por qué no habrías de ser digno”, le pregunté.
“Porque soy homosexual”.
Supongo que pensó que sus palabras me iban a sorprender. Pero no fue así. “¿Y qué…?”, le pregunté.
Una expresión de alivio le cruzó la cara al percibir la compasión en mí. “No me atraen las mujeres, sino los hombres. He tratado de dejar de lado esos sentimientos o de cambiarlos, pero…”
Dejó escapar un suspiro. “¿Por qué soy así? Los sentimientos que tengo son algo muy real”.
Permanecí en silencio un momento y luego le dije: “Necesito saber un poco más antes de aconsejarte. Mira, la atracción hacia los del mismo sexo no es un pecado, pero las acciones provocadas por esos sentimientos sí lo son, exactamente igual que con sentimientos heterosexuales. ¿Violas la ley de castidad?”
Él sacudió la cabeza y dijo: “No, no la violo”.
Esto me tranquilizó. “Te agradezco que tengas el deseo de resolver este asunto”, le dije. “Hace falta tener valor para hablar del tema y te admiro por mantenerte limpio”.
“En cuanto al porqué de tus sentimientos, no puedo responder a esa pregunta. Puede haber una serie de factores que influyan y pueden ser tan diferentes como las personas son diferentes entre sí. Algunos, incluso los que causan tus sentimientos, quizás no los sepamos nunca en esta vida. Pero el saber por qué te sientes así no es tan importante como saber que no has transgredido. Si tu vida está en armonía con los mandamientos, entonces eres digno de prestar servicio en la Iglesia, de disfrutar de plena hermandad con los miembros, de asistir al templo y de recibir todas las bendiciones de la expiación del Salvador”.
Fue evidente que mis palabras le hicieron sentir mejor. Continué: “Te tratas injustamente al considerar tu persona sólo por tu inclinación sexual. Ésa no es tu única característica; por lo tanto, no debes prestarle más atención de la que merece. Primero y fundamentalmente eres un hijo de Dios, y Él te ama.
“Más aún, yo te amo y mis hermanos de las Autoridades Generales te aman. Recuerdo un comentario que hizo el presidente Boyd K. Packer al dirigirse a las personas que se sienten atraídas hacia las personas de su mismo sexo: ‘No los rechazamos…’, dijo. ‘No podemos rechazarlos, pues ustedes son hijos e hijas de Dios. No los rechazaremos, porque los amamos’”.
Hablamos durante unos treinta minutos, más o menos. Sabiendo que no podía ser su consejero personal, lo referí a los líderes locales del sacerdocio que le correspondían. Después nos despedimos. Creo haber visto en sus ojos una expresión de esperanza que no tenía antes. Aun cuando le quedaban por delante dificultades para vencer —o simplemente soportar—, tuve la impresión de que las enfrentaría bien.
Élder Jeffrey R. Holland - Octubre 2007
Comentarios
Publicar un comentario