El 15 de agosto de 2007, hubo un terremoto en el Perú que casi destruyó por completo las ciudades costeras de Pisco y Chincha. Al igual que muchos otros líderes y miembros de la Iglesia, Wenceslao Conde, el presidente de la Rama Balconcito de la Iglesia en Chincha, fue a ayudar de inmediato a aquellos cuyas casas habían sufrido daños.
Cuatro días después del terremoto, el élder Marcus B. Nash, de los Setenta, estaba en Chincha ayudando a coordinar la ayuda humanitaria que envió la Iglesia y conoció al presidente Conde. Mientras hablaban de la destrucción que había ocurrido y de lo que se estaba haciendo para ayudar a las víctimas, Pamela, la esposa del presidente Conde, se acercó con uno de sus pequeños hijos en brazos. El élder Nash le preguntó a la hermana Conde cómo estaban sus hijos. Con una sonrisa, ella respondió que gracias a la bondad de Dios todos estaban bien y a salvo.
Él le preguntó acerca de la casa de ellos.
Ella simplemente respondió: “Destruida”.
“¿Y sus pertenencias?”, preguntó él.
“Todo quedó enterrado bajo los escombros de nuestra casa”, respondió la hermana Conde.
“Sin embargo usted está sonriendo”, dijo el élder Nash.
“Sí”, dijo ella, “he orado y estoy en paz. Tenemos todo lo que necesitamos; nos tenemos el uno al otro, tenemos a nuestros hijos, estamos sellados en el templo, tenemos esta maravillosa Iglesia y tenemos al Señor; la podemos volver a construir con la ayuda del Señor”.
Esa tierna demostración de fe y fortaleza espiritual se repite en la vida de los santos de todo el mundo en diferentes entornos. Es un sencillo ejemplo de un poder profundo que hoy en día se necesita mucho y que será cada vez más crucial en los días venideros. Necesitamos cristianos firmes que perseveren en las dificultades, que mantengan la esperanza en medio de la tragedia, que puedan dar ánimo a los demás mediante su ejemplo y compasión y que superen las tentaciones sin cesar. Necesitamos cristianos firmes que mediante su fe lleven a cabo cosas importantes y que defiendan la verdad de Jesucristo en contra del relativismo moral y del ateísmo militante.
¿Cuál es la fuente de ese poder moral y espiritual? Y ¿Cómo se obtiene? La fuente es Dios; obtenemos ese poder mediante los convenios que hacemos con Él.
D. Todd Christofferson / Abril 2009
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