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Las personas más felices que conozco



He tenido oportunidad de llegar a conocer a muchas personas magníficas de todas las condiciones sociales. He conocido a personas ricas y pobres, famosas y modestas, prudentes y no muy prudentes, por decirlo así.

Algunas sobrellevaban hondos pesares, otras irradiaban una gran paz interior. Algunas escondían resentimientos que no podían superar, mientras que otras resplandecían de incontenible regocijo. Algunas se veían abatidas en tanto que otras, a pesar de los golpes de la adversidad, habían superado el desaliento y la desesperación.

He oído afirmar, tal vez medio en broma, que los únicos seres humanos felices son los que sencillamente no se enteran de nada de lo que ocurre alrededor de ellos.

Pero yo pienso de otro modo.

He conocido a muchas personas que viven con regocijo y que irradian felicidad.

He conocido a muchas personas que viven la vida abundante.

Y creo saber la razón de ello.

En esta ocasión, deseo enumerar unas cuantas de las características que tienen en común las personas más felices que conozco. Ésas son cualidades que transforman la existencia común y corriente en una vida llena de entusiasmo y la hacen abundante.

Primero, beben en abundancia del agua viva.
Cuando el Evangelio de Jesucristo se abraza y se comprende en toda su amplitud, éste sana el corazón desgarrado de dolor, da sentido a la vida, une a los seres queridos con lazos que trascienden la vida terrenal y brinda a la vida un regocijo sublime.

El presidente Lorenzo Snow dijo: “El Señor no nos ha dado el Evangelio para que andemos lamentándonos todos los días de nuestra vida”

El Evangelio de Jesucristo no es una religión de lamentos ni de melancolía. La fe de nuestros padres es de esperanza y de alegría; no se trata de un Evangelio de cadenas, sino de un Evangelio de alas.

La vida abundante es la vida espiritual. Demasiadas personas se sientan a la mesa del banquete del Evangelio de Jesucristo y no hacen más que mordisquear los manjares que se les ponen delante. Están físicamente presentes —asisten a las reuniones, echan una mirada a las Escrituras y repiten las oraciones conocidas—, pero su corazón está lejos de todo ello. Si hablaran con sinceridad, admitirían que están más interesadas en los últimos rumores del vecindario, en las fluctuaciones de la bolsa de valores y en el argumento de su espectáculo televisivo preferido que en los prodigios celestiales y las apacibles ministraciones del Espíritu Santo.

¿Desean participar de esa agua viva y experimentar esa divina fuente de agua dentro de ustedes que salte para vida eterna?

Entonces, no tengan temor y crean con todo el corazón. Cultiven la fe inquebrantable en el Hijo de Dios y hagan llegar el corazón a Dios en ferviente oración. Llénense la mente de conocimiento de Él. Abandonen sus debilidades. Vivan en santidad y en armonía con los mandamientos.

Beban en abundancia del agua viva del Evangelio de Jesucristo.

La segunda cualidad de los que viven la vida abundante es que tienen el corazón lleno de amor.

El amor es la esencia del Evangelio y el mayor de todos los mandamientos. El Salvador enseñó que todos los demás mandamientos y las enseñanzas proféticas dependen de él.

Todos estamos atareados. Es fácil hallar excusas para no ayudar a los demás, pero me imagino que esas excusas han de sonar tan vanas a nuestro Padre Celestial como el niño de la escuela primaria que le entregó una nota a la maestra en la que le pedía permiso para ausentarse de las clases desde el 30 hasta el 34 de marzo.

Los que dedican la vida a satisfacer sus propios deseos egoístas, excluyendo a todos los demás, descubrirán a la larga que su alegría es poco profunda y que su vida tiene muy poco significado.

En la lápida de la sepultura de una persona así, se encontraba el siguiente epitafio:

“Aquí yace un avaro que sólo vivió para sí.
Lo único que le importó fue acumular riquezas.
Ahora, donde esté o cómo le vaya,
Nadie lo sabe ni a nadie le importa”


Alcanzamos el máximo de la felicidad cuando nos unimos a los demás mediante los vínculos del amor y del servicio abnegado. El presidente J. Reuben Clark enseñó que “no hay mayor bendición, ni mayor regocijo ni felicidad que los que experimentamos cuando aliviamos las aflicciones de otras personas”

La tercera cualidad de las personas que viven la vida abundante es que éstas hacen una obra maestra de su vida.

Sean cuales sean nuestra edad, nuestras circunstancias y nuestras aptitudes, cada uno de nosotros puede hacer de su propia vida algo notable.

David se vio a sí mismo como un pastor de ovejas, pero el Señor le vio como rey de Israel. José de Egipto servía de esclavo, pero el Señor le vio como vidente. Mormón llevaba armadura de soldado, pero el Señor le vio como profeta.

Somos hijos e hijas de un Padre Celestial inmortal, lleno de amor y todopoderoso. Hemos sido creados tanto del polvo de la eternidad como del polvo de la tierra. Cada uno de nosotros tiene un potencial que apenas puede imaginar.

¿Cómo es posible, entonces, que tantas personas se vean a sí mismas tan sólo como un viejo caballo gris que no sirve de mucho? Hay una chispa de grandeza dentro de cada uno de nosotros, un don de nuestro amoroso y eterno Padre Celestial. Lo que hagamos con ese don dependerá de nosotros.

Amen al Señor con todo su corazón, alma, mente y fuerza. Tomen parte en causas sublimes y nobles. Hagan de su hogar un santuario de santidad y de fortaleza. Magnifiquen sus llamamientos en la Iglesia. Llénense la mente de conocimientos. Fortalezcan su testimonio. Tiendan una mano de ayuda a los demás.

Hagan de su vida una obra maestra.

Hermanos y hermanas, la vida abundante no nos llega empaquetada ni confeccionada por otra gente; no es algo que podamos encargar ni esperar que se nos envíe por correo; no se concreta sin aflicción ni sin pesar.

Se concreta por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad. Se hace realidad para quienes, a pesar de las tribulaciones y del pesar, comprenden el mensaje del que escribió: “En lo más crudo del invierno, por fin aprendí que dentro de mí yace un eterno verano”

La vida abundante no es algo a lo que sencillamente se llega, sino que es un trayecto magnífico que comenzó hace tiempos inmemoriales y que no se acabará nunca jamás.

(Extracto de mensaje de Élder Joseph B. Wirthlin)

(

Comentarios

  1. Palabra directas de Dios todo poderoso y lleno del Espíritu verdadero .
    Gracias por compartir este valioso
    Mensaje .

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