Considerad esta lección que aprendí hace muchos años de un patriarca. Era un hombre por quien yo tenía gran admiración. Era juicioso y sereno, poseedor de un enorme vigor espiritual que sirvió de sostén a muchos. Sabía exactamente cómo auxiliar a quienes padecían aflicciones.
En una ocasión, en que se podía sentir la influencia del Espíritu, me dio una lección de una experiencia que él había tenido, la que atesoraré toda la vida. Aun cuando yo pensaba que lo conocía bien, me contó cosas de él que nunca hubiera yo imaginado. Se había criado en un pequeño pueblo, siempre con el deseo de llegar a ser "alguien" en la vida, y a costa de grandes esfuerzos había completado sus estudios. Se casó con la joven de sus sueños y la vida les sonreía. Tenía un muy buen empleo y un futuro promisorio.
Estaban muy enamorados y aguardaban la llegada de su primer hijo. La noche en que iba a nacer el bebé, surgieron complicaciones. El único médico que había en el pueblo se hallaba atendiendo a un paciente en un lugar distante. Tras varias horas con dolores de parto, el estado de la madre se tornó desesperante. Finalmente llegó el médico, quien atendió a la madre dentro de la premura del caso. La criatura nació; la crisis, aparentemente, se había superado. Pocos días después, la joven madre murió contagiada de la misma infección que el médico había estado tratando en el otro paciente antes de atenderla a ella.
El mundo de aquel joven padre se hizo añicos. Nada era como antes; todo se había arruinado. Había perdido a su esposa y no tenía manera de atender al bebé y a su trabajo al mismo tiempo. Con el paso de las semanas su pesar se fue acrecentando. "A ese médico no se le debería permitir ejercer", decía. "El fue quien le pasó esa infección a mi esposa. Si hubiera tenido más cuidado, ella estaría viva."
No podía pensar en otra cosa y en su amargura se volvió amenazador. Si esto hubiera ocurrido, en la actualidad, seguramente lo habrían asesorado para que le entablara un pleito al médico por incompetencia profesional. Y hay abogados que verían en su lamentable condición un solo interés: el dinero. Pero aquellas eran otras épocas. y una noche alguien golpeó a su puerta. Era una niña que sencillamente le dijo: "Mi papá desea que vaya a verle. Quiere hablar con usted". El padre de la pequeña era el presidente de la estaca. Aquel joven apesadumbrado fue entonces a ver a su líder. Ese pastor espiritual había estado observando a sus ovejas y tenía algo que decirle. El consejo que aquel sabio siervo le dio fue sencillo: "Juan, ¡olvídalo! No hay nada que puedas hacer para recobrar a tu esposa. Cualquier represalia empeoraría las cosas. Por favor, ¡olvídalo!"
Mi amigo me dijo que aquél había sido su padecimiento mayor: su Getsemaní. ¿Cómo podría olvidado? ¡Se tenía que hacer justicia! Se había cometido un gran error y era necesario pagar las consecuencias; no cabía duda. Pero luchó consigo mismo para controlarse y finalmente llegó a la conclusión de que por encima de todos los argumentos, él debía ser obediente. LA OBEDIENCIA ES UN MEDICAMENTO ESPIRITUAL MUY PODEROSO; ES CASI UN CÚRALO TODO. Así que resolvió seguir el consejo de su líder espiritual y tratar de olvidar.
Entonces me dijo: "Ya era un hombre viejo cuando por fin comprendí. No fue sino hasta entonces que me di cuenta de que aquel pobre médico de pueblo, cansado, mal pago, yendo de paciente en paciente, con pocos medicamentos, sin un hospital cercano, con escaso instrumental, había hecho lo posible por salvar vidas, lográndolo con éxito en la mayoría de los casos. "Había llegado a mi casa en un momento crítico, en el que la vida de dos seres humanos pendía de un hilo y había actuado sin demora. Ya era un hombre viejo cuando finalmente entendí. Habría arruinado mi vida, y la vida de otras personas."Muchas veces le había agradecido al Señor de rodillas por aquel sabio líder espiritual que sencillamente le había aconsejado: "Juan, ¡olvídalo!"
Y ese mismo consejo os doy hoy a vosotros. Si tenéis sentimientos de enojo, si albergáis rencores, "He aquí lo que dicen las Escrituras [y lo mencionan 50 veces o más]: El hombre no herirá ni tampoco juzgará; porque el juicio es mío, dice el Señor, y la venganza es mía también, y yo pagaré" (Mormón8:20).
Por lo tanto digo: "Juan, ¡olvídalo! María, ¡olvídalo!" SÍ necesitáis una transfusión de fuerza espiritual, no tenéis más que pedirla. A eso llamamos oración. LA ORACIÓN ES UN MEDICAMENTO ESPIRITUAL PODEROSO, y las instrucciones para su uso se encuentran en las Escrituras. Hay algunas frustraciones que tendremos que sobrellevar sin resolver realmente el problema. Hay ciertas cosas que no podemos solucionar puesto que no tenemos control sobre ellas, y lo que no podemos solucionar, lo debemos sobrellevar. Si estáis resentidos con una persona por algo que ha hecho, o que no ha hecho, ¡OLVIDALO!
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