Cierto día, durante Su ministerio terrenal, Jesús llamó a Su lado a un niño que se encontraba cerca, y poniéndolo en medio de Sus discípulos, dijo: "De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mateo 18:3.) Esta amplia y enfática declaración ha servido como base a más de un sermón y a serias meditaciones. No obstante, muchos hombres, en su egoísmo, se han rehusado a ser dóciles como niños, resistiéndose obstinadamente ante el principio de la obediencia.
Jesús dejó también una segunda lección,en aquella oportunidad:"Cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe. Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar." (Mateo., 18:5-6.) Siguió luego advirtiendo que las ofensas, o tropiezos tomarán lugar, pero aclarando: "¡Ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo'( vers. 7.)
Hablando de la condición de su hogar y las perspectivas del futuro de su familia, un hombre, habiendo iniciado relaciones con otra mujer casada, hizo a su esposa la proposición del divorcio. En sus galanteos irreflexivos, había llegado a enamorarse de otra mujer a la que había persuadido que, a su vez, se divorciara, prometiéndole entonces abandonar su propia familia e iniciar una vida nueva.
Por su parte, su apenada esposa se horrorizaba ante la idea del divorcio, pensando, más que en las posibilidades de un menor presupuesto, en los peligros de la delincuencia juvenil que sus cinco hijos, una vez sin el padre, tendrían que enfrentar. Además, le preocupaba pensar en su incompetencia para hacer de madre y padre a la vez de su "pequeño rebaño."
Más que nada, esta buena mujer quería educar a sus hijos en fe, honestamente, tratando de brindarles la oportunidad de vivir prósperamente por sí mismos en el futuro. ¿Podría hacerlo sola? Ella se sentía profundamente resentida por la infidelidad, el engaño y la falsedad de su esposo. Virtualmente, este hombre había abandonado a su familia y destrozado el hogar de otra. Ahora, la justa indignación desbordaba el alma de su buena esposa.
Fue entonces cuando ésta pensó en la Escritura mencionada. Al abandonar a su familia ¿estaba su esposo haciéndoles tropezar? ¿Estaba también causando tropiezos al otro hombre y a los otros niños que perderían a su madre por causa de él? Mediante el quebrantamiento de los dos hogares, ¿estaba él posibilitando que la delincuencia juvenil extendiera sus tentáculos hacia los niños de ambas familias? ¿Había en los efectos de su actitud algún síntoma de ofensa hacia el derecho que estos futuros jóvenes tenían de crecer y desarrollarse dentro de condiciones normales, con una promisoria probabilidad de éxito?
Algún día, todos habremos de pararnos ante el tribunal divino. ¿Serán entonces nuestras ofensas las irreflexivas ofensas que hayamos cometido en esta vida digna de ser consideradas tan terribles como para merecer antes ser sepultados en las profundidades del mar? El verdadero significado de la vida está en guardar honestamente los mandamientos del Señor. En verdad, el Mandamiento Mayor, "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente," es primordial y Terminante. Pero también el Señor, cuando lo declarara, agregó que el Segundo indudablemente inseparable del Primero—es semejante: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Si buscamos lo mejor para nosotros mismos, debemos cuidar que ello no perjudique a nuestros semejantes, especialmente a nuestra propia familia.
(Tomado de the Church News)
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