La experiencia me ha enseñado que la relación personal que tengamos con nuestro obispo a menudo indica el tipo de relación que tengamos con el Señor. El papel que cumple el obispo en nuestra vida es el de un maestro, un consejero y un asesor. Con frecuencia pensamos que sólo debemos acudir al obispo cuando tenemos algún problema o cuando hemos hecho algo incorrecto. Sin embargo, podemos tener una entrevista con él para hablar sobre nuestros planes para el presente y futuro. Nos sirve de gran ayuda el hacer un acuerdo con nuestro obispo, a fin de poder esforzarnos juntos para realizar algunos planes, como los de ir a una misión o prepararnos para el matrimonio en el templo. A continuación se dan algunas sugerencias de cómo podéis ayudar al obispo y mejorar vuestra relación personal con él:
1. PROPONEROS SALUDAR AL OBISPO TODOS LOS DOMINGOS. No hay obsequio más grande que se le pueda dar al obispo que el de saludarlo cordialmente y hacerle saber de esa forma que todo marcha bien en vuestra vida. En realidad, el sólo hecho de asistir a las reuniones los domingos lo ayudará a él a darse cuenta de cómo os sentís personalmente y la actitud que tengáis hacia él.
2. INVITADLO A ASISTIR A ALGUNAS DE VUESTRAS ACTIVIDADES DE LOS JÓVENES. Recuerdo que cuando yo era obispo de un barrio, fui cierta vez a un campamento y me quedé dormido en la parte de atrás del autobús. Por ahí tengo una foto en la que aparezco dormido, con una flor silvestre en la boca, que la tenía abierta cuando me fotografiaron. Mis propios hijos participaron en la graciosa broma. Nos sentimos más unidos después de aquellas actividades en las que los chicos me vieron sin mi traje oscuro del domingo y pudimos disfrutar juntos de algunos momentos de esparcimiento. Si el obispo sabe cuánto lo queréis y deseáis estar con él, se esforzará por encontrar el tiempo para participar en vuestras actividades especiales.
3. INVITADLO OCASIONALMENTE A QUE PARTICIPE EN LAS REUNIONES DE QUÓRUM Y EN LAS CLASES. Algunos de los intercambios más productivos de que he disfrutado con los jóvenes han tenido lugar cuando ellos han preparado con anticipación varias preguntas para resolverlas junto con su obispo durante un período de clase. Aunque el obispo tiene la asignación específica de reunirse con el quórum de presbíteros cada domingo, algunas veces puede reunirse con otros también.
4. FIJAD UNA ENTREVISTA CON EL OBISPO CUANDO ESTÉIS PREPARADOS PARA HABLARLE SOBRE LAS METAS DE VUESTRA VIDA. No debéis sentir temor de hablar con él, con toda confianza, tanto sobre vuestras metas como sobre vuestras preocupaciones. Os ayudaría el hablar también con vuestros padres antes de acudir al obispo, puesto que ellos también representan un vínculo muy importante con vuestros planes eternos. Si os parece difícil comunicaros con vuestros padres, debéis permitir que el obispo los ayude a abrir una línea de comunicación con ellos.
5. PARTICIPAD EN LA ENSEÑANZA, EL BAUTISMO O ACTIVACIÓN DE ALGÚN AMIGO. La obra misional más grande que lograréis realizar en vuestra vida será la de ser buenos ejemplos para vuestros amigos. Debéis presentarle al obispo a vuestros amigos menos activos o que no son miembros, para que ellos puedan sentir ese amor y consideración especial que él les brindará. El comité del obispado para la juventud puede ayudaras a pensar en algunas maneras de acercarlos al Señor para que puedan experimentar por sí mismos el don del Espíritu Santo. No existe gozo más grande en esta vida que compartir el evangelio con los demás.
Cuando servía como obispo de barrio, recuerdo que mí relación personal con los jóvenes llegó a su máximo esplendor cuando confiábamos el uno en el otro y nos comunicábamos abiertamente. Por ejemplo, empleé un enfoque que requería la participación de los jóvenes varones para determinar si eran dignos de administrar la Santa Cena. Hablamos de que la Santa Cena era una ordenanza sagrada y de la obligación que tenían los poseedores del Sacerdocio Aarónico de ser dignos a fin de poder administrarla. En lugar de sobrecargar al obispo con la responsabilidad de decidir quién era digno de participar, pedí que cada diácono, maestro o presbítero me avisara cuando no fuese digno. Entonces, juntos él y yo, trabajábamos para resolver el problema antes de que se hiciera más grande. Así era como teníamos una relación muy buena que estaba basada en la confianza mutua.
Otro ejemplo fue con las jovencitas. Cuando cada jovencita cumplía dieciséis años, nos sentábamos a conversar sobre sus pensamientos y preocupaciones con respecto a su relación con el sexo opuesto. Juntos, cada jovencita y yo, repasábamos sus metas eternas y yo le aconsejaba que las compartiera con sus padres y las recordara siempre al relacionarse con los muchachos. Conforme han pasado los años, varias jovencitas me han dicho lo mucho que les ayudaba recordar su entrevista con el obispo a los dieciséis años y las promesas que se habían hecho a sí mismas y con el Señor para alcanzar sus metas eternas.
Una cosa más que me gustaría deciros es que, al haber servido tres veces como obispo, tuve la oportunidad de vivir experiencias completamente diferentes. No sólo asumí esa responsabilidad cada vez con un cúmulo de experiencias y preparación distintas, según la etapa de vida en la que me encontraba, sino que en las tres situaciones las necesidades específicas de los miembros y las del barrio como unidad eran únicas. Hubo ocasiones en las que necesitaba mostrar-compasión y misericordia; otras veces tuve que ser firme. Algunos barrios necesitan ayuda en su administración económica, otros en aspectos de organización, y otros simplemente necesitan un sentido de hermandad. Pero lo que sí he aprendido es que Dios llama a cada obispo para satisfacer las necesidades particulares de esa unidad durante el período que sirva.
Lo mismo puedo decir con respecto a la obra que un obispo realiza con cada individuo. Se le llama para ayudaros, guiaros, escucharos, guardar confidencias y fortaleceros en vuestra relación con el Señor, quien es también vuestro amigo. Es posible que todo lo que necesitéis de vuestro obispo sea que os reafirme y os recuerde vuestras metas y promesas de orar, leer las Escrituras, guardar los mandamientos, dar servicio a otros y fortalecer vuestro testimonio. Pero aún siendo vuestro amigo, vuestro consejero y vuestro juez, es posible que también tenga que llamaros al arrepentimiento, de la misma manera que el Señor nos manda que nos arrepintamos y nos recuerda las consecuencias del pecado. El obispo hará esto porque os ama y quiere que os sobrepongáis a vuestros problemas. Se trata de un acto de amor, una oportunidad de aclarar las cosas.
Una vez que acudáis a vuestro obispo, no menospreciéis su consejo. El Señor lo inspirará y lo guiará para que nos ayude a encontrar las respuestas que necesitéis." [Recibe] consejo del que yo he nombrado", dice
el Señor. " . . . No resistas más mi voz" (D. y C.108:1-2).Así es, el obispo es un hombre muy ocupado;
tiene que velar por su familia y atender su profesión, tanto como estar al tanto de su barrio. Tiene que ayudar a la gente a resolver muchos problemas, pero recordad que os ama y que desea ayudaros a tener éxito en vuestras metas eternas. Para mí ha representado un enorme gozo servir como obispo, especialmente al tratar a tantos jóvenes magníficos de nuestra Iglesia. Vosotros sois líderes del mañana, que un día llegaréis a ser obispos y esposas de obispos. Que el Señor os bendiga para que os preparéis para ese día, tal y como dice el himno: "Cantad, juventud bendita: ¡A vencer, a vencer, a vencer!" (Himnos de SiónNo. 56).
por el obispo Robert D. Hales
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