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LAS MUJERES SON LA GRAN BENDICIÓN DE LA HUMANIDAD


Como Iglesia no alcanzaremos nunca nuestro potencial si no contamos en la vida con las bendiciones de las cualidades singulares de nuestras madres, esposas, hermanas, hijas y todas las buenas mujeres de la Iglesia. Sin embargo nos dejamos absorber demasiado por la aparente importancia de nuestras propias actividades, que releguemos el trabajo menos visible de las hermanas a un papel menor. Ellas realizan tanto callada, eficazmente y, con frecuencia, lo que hacen pasa inadvertido, sin que se les agradezca ni se les reconozca.

El que el hombre tenga el sacerdocio no significa que éste tenga pleno poder, ni que se siente en un trono a dar órdenes con tono varonil, ni que sea superior en forma alguna, sino que ES LÍDER POR LA AUTORIDAD DEL EJEMPLO. (Efesios 5:25). Así como Cristo nos eleva a todos, también nosotros debemos hacer lo mismo y no rebajar nunca a las mujeres ni a nadie. En ninguna parte de la doctrina de esta Iglesia dice que el hombre sea superior a la mujer. (1 Corintios 11:11). Cada uno aporta sus puntos fuertes exclusivos a la familia y a la Iglesia. Las mujeres no son sólo las que cocinan y cuidan de nuestra casa; son mucho más: son la gran bendición de la humanidad.

Me pregunto si realmente comprendemos la plenitud de esas dotes de reina. Si pudiéramos reconocer la verdadera grandeza de las mujeres, nunca las trataríamos como a veces lo hacemos. El mundo a menudo usa a la mujer y abusa de ella. En esta Iglesia, debemos honrar a las mujeres buenas tanto dentro como fuera de la Iglesia como verdaderas hermanas y no tratarlas como objetos y fuentes de servicio y de placer. Nuestra consideración hacia la mujer debe emanar del respeto a las hijas de Sión y del conocimiento de su verdadera identidad más que de funciones y cargos. El presidente Ezra Taft Benson ha dicho: "El hombre nunca es mejor que cuando se complementa con la influencia natural de una mujer buena" (Woman , Salt Lake City, DeseretBook, 1979, pág. 69).

En 1935, la Primera Presidencia declaró: "El verdadero espíritu de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días otorga a la mujer el más elevado lugar de honor en la vida humana" (James R. Clark, comp.,Messages of the First Presidencx, SaltLake City, Bookcraft, 1975, 6:5).
el presidente Heber J. Grant dijo: "Comprendo que, sin el magnífico trabajo de las mujeres, la Iglesia hubiera fracasado" (Heber J. Grant, Cospel Standards, comp. de G. Homer Durham, Salt Lake City, Improvement Era, 1941, pág. 150).el presidente Kimball: "Hermanos, no podemos llegar a la exaltación sin nuestras esposas. No puede haber cielo sin las mujeres justas" (SpencerW. Kimball, "We Need a Listening Ear", Ensign, noviembre de 1979, pág. 5).
El presidente David O. McKay dijo: "Una mujer bella, recatada y benevolente es la obra maestra de la creación" (David O. McKay, Gospel Ideáis, Salt Lake City, ImprovementEra, 1953, pág. 449).
Daniel Defoe, el gran escritor inglés, dijo: "Una mujer razonable y de buenos modales es la más bella y la más delicada parte de la creación de Dios, la gloria de su Hacedor . . . El dio lo mejor que Dios podía otorgar y el hombre recibir" (citado en England in Literature, ed. Robert F. Pooley, 1963, págs. 261-262).

Indudablemente, el baluarte secreto de la fortaleza interior de la mujer es su espiritualidad, en lo que iguala y aun supera al varón, al igual que en la fe, en la moralidad y en la dedicación cuando está verdaderamente convertida al evangelio. Ese sentido espiritual interior le da cierta elasticidad para encarar el pesar, la aflicción y la incertidumbre. Cualquier maltrato físico o mental a cualquier mujer no es digno de ningún poseedor del sacerdocio. El presidente Gordon B. Hinckley dijo: "[Ay de] cualquier hombre poseedor del sacerdocio de Dios que de cualquier forma maltrate a su esposa, que degrade, o hiera, o se aproveche indebidamente de la mujer que es la madre de sus hijos, la compañera de su vida y su compañera por la eternidad, si es que se le ha otorgado esa gran bendición" (Gordon B. Hinckley, "El bien frente al mal", Liahona, enero de 1983, págs. 145-146). Esto, por supuesto, se refiere tanto al maltrato verbal como al físico.

El hombre siempre debe tratar a la mujer con la mayor cortesía y respeto, y apreciarla en todo lo que vale. Debe hablarle con bondad y suavidad, manifestándole su respeto con palabra y obra. Al sentir ella ese respeto y ternura, se lo devolverá con creces. En el matrimonio en esas dos partes de la relación entre hombre y mujer, el poseedor del sacerdocio tiene el deber más grande de velar por que se obedezcan los mandamientos de Dios, las normas de la Iglesia y la autoridad de los padres. Asimismo, cuando hombre y mujer violan esos mandamientos, CREO QUE EL POSEEDOR DEL SACERDOCIO ES GENERALMENTE MÁS CULPABLE PUESTO QUE A ÉL SE LE HA CONFIADO EL EXTRAORDINARIO PODER DE ACTUAR EN EL NOMBRE DE DIOS. El que viola ese deber degrada ese sumo poder y se degrada a sí mismo a la vez que perjudica seriamente a la mujer que tiene su confianza.

A lo largo de mi vida, la función de la mujer de suministrar socorro y caridad ha cambiado. Hoy, las mujeres tienen menos tiempo para magnificar los sentimientos de caridad y benevolencia que el profeta José dijo están en la naturaleza de ellas (véase Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 276). La vida se ha vuelto más difícil y más compleja; en muchas formas, exige más de todos nosotros. Se ha vuelto más difícil para las esposas y madres cumplir con todas las tareas que les atañen. Considerando nuestro insaciable apetito por las cosas materiales, puede ser que esas exigencias aumenten en lo futuro. Si las mujeres continúan desempeñando su papel principal de educadoras, maestras, amas de casa y administradoras, necesitarán más apoyo y ayuda para dedicarse también a prestar servicio caritativo a sus familiares y a los demás. Si eso se suprime, nuestras vidas, nuestros hogares, la Iglesia y el mundo serán los que más perderán, puesto que se perderán el cariño, la dulzura y la comprensión que brinda la mujer.

La mujer casada tiene a menudo muchas funciones, entre ellas, la de esposa, abuela, madre, hija, educadora, ejecutiva, vigilante, amiga, hermana, etc. Aun cuando en la actualidad la vida ha impuesto más exigencias a la mujer, los hombres, en general, no han respondido con igual espíritu de servicio. Estudios recientes indican que los hombres han aumentado su ayuda en el hogar sólo veintisiete minutos más a la semana.
La conclusión es que "la mujer es todavía la administradora principal" (Mary Lou Simms, Deseret News, 25 de febrero de 1988, pág. C3). Por otro lado, la mujer lleva gran parte de la carga del reino de Dios.

La Primera Presidencia de esta Iglesia ha dicho: "La maternidad está cerca de la divinidad; es el servicio más elevado y más santo del género humano" (Messages ofthe First Presidency, 6:178). El sacerdocio no puede labrar su destino, ni pueden cumplirse los propósitos de Dios, sin nuestras compañeras. Las madres realizan una labor que el sacerdocio no puede realizar. Por este don celestial de la vida, el sacerdocio debe tener amor ilimitado por las madres de sus hijos. Los hombres deben honrarlas, expresarles gratitud, reverenciarlas, respetarlas y elogiarlas. El hombre que no reconozca agradecido su deuda para con su propia madre, que le dio la vida, es insensible al Espíritu Santo.

Para terminar, quiero repetir que no creo que los propósitos de Dios sobre la tierra se logren sin la influencia, la fortaleza, el amor, el apoyo y los talentos especiales de las electas mujeres de Dios. Ellas tienen derecho a nuestra más profunda veneración, a todo nuestro agradecimiento y a nuestro mayor respeto. Creo que los ángeles las acompañan en su ministerio maternal. ¡Que las honremos de ese modo!.

(Adaptado de “El más elevado lugar de honor” de élder James E. Faust)

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