
Se cuenta la historia de una reunión entre el profeta José Smith y Brigham Young. En presencia de un grupo grande de hermanos, el profeta José reprendió en forma severa al hermano Brigham por no haber cumplido con su deber en algo. Me imagino que todos, algo aturdidos, esperaban ver cuál sería la reacción de Brigham. Después de todo, el hermano Brigham, quien años más tarde sería conocido como el León del Señor, no era una persona tímida, ni mucho menos. Brigham lentamente se puso de pie, y con palabras que en verdad reflejaron su carácter y su humildad, simplemente inclinó la cabeza y dijo: "José, ¿qué quieres que yo haga?" Entre sollozos, José corrió desde el púlpito, abrazó a Brigham y dijo algo así: "Pasaste la prueba, hermano Brigham, la pasaste" (en Truman G. Madsen, "Hugh B. Brown— Youthful Veteran", New Era, abril de 1976, pág. 16).
Muchos de nosotros vivimos o trabajamos en un ambiente donde a menudo la humildad es malinterpretada y considerada como una debilidad. No hay muchas corporaciones o instituciones que incluyan la humildad como una declaración de valores o como una característica entre los administradores. Pero, a medida que aprendemos la manera en la que Dios lleva a cabo Sus obras, el poder de la humildad y de la sumisión llega a ser palpable. En el reino de Dios, la grandeza empieza con la humildad y la sumisión. Estas virtudes compañeras son los primeros pasos críticos para abrir la puerta a las bendiciones de Dios y al poder del sacerdocio. No tiene importancia quiénes seamos o lo sobresalientes que sean nuestros títulos: la humildad y la sumisión al Señor, aunadas a un corazón agradecido, son nuestra fortaleza y esperanza.OBISPO RICHARD C. EDGLEY
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