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Uno de los gozos más extraordinarios de la vida.



Una vez, mi esposa me dio una gran lección. Debido a mi profesión, yo viajaba mucho. En una ocasión, había estado ausente por casi dos semanas y regresé a casa un sábado por la mañana. Tenía cuatro horas libres antes de tener que asistir a otra reunión.

Vi que nuestra pequeña máquina de lavar se había roto y que mi esposa estaba lavando la ropa a mano, por lo que comencé a arreglarla.

Jeanene se acercó y me dijo: “Rich, ¿qué estás haciendo?”
respondí:“Estoy reparando la máquina de lavar para que no tengas que lavar a mano”.
Ella dijo: “No, ve a jugar con los niños”.
Le contesté: “Puedo jugar con los niños en cualquier momento; quiero ayudarte”.
Entonces dijo: “Richard, por favor ve a jugar con los niños”.

Cuando ella me hablaba con esa autoridad, yo obedecía. Me divertí mucho con nuestros hijos. Nos perseguimos unos a otros y rodamos entre las hojas de otoño. Luego fui a la reunión; y quizás hubiera olvidado por completo lo sucedido si no fuera por la lección que ella quiso que yo aprendiera.

Al día siguiente, alrededor de las cuatro de la mañana, me despertaron dos pequeños brazos que me rodeaban el cuello, un beso en la mejilla y estas palabras, que nunca olvidaré, susurradas al oído: “Papá, te quiero mucho; eres mi mejor amigo”.

Si tienes esa clase de experiencias con tu familia, disfrutas de uno de los gozos más extraordinarios de la vida.

élder Richard G. Scott
Del Quórum de los Doce Apóstoles

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