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Debemos poner especial cuidado en lo que decimos y en cómo lo decimos.



El lenguaje tiene mucho que ver con la percepción de lo sagrado. Las palabras del Señor evidencian nuestra responsabilidad de lo que decimos: “...de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio”(Mateo 12:36). El rey Benjamín nos advierte que cuidemos nuestros pensamientos y nuestras palabras (véase Mosíah 4:30) y Alma declara que, si no nos arrepentimos, cuando se nos juzgue “nuestras palabras nos condenarán, sí... no nos hallaremos sin mancha...” (Alma 12:14).

Por propia experiencia, ustedes saben que el mundo se está tornando más blasfemo, más soez en el habla, pero no podemos permitirnos caer en esa rutina. El lenguaje soez y vulgar es una ofensa a Dios, a Cristo y a Sus creaciones. Jamás deberemos ser hallados culpables de burlarnos del Salvador como sucedió durante Su Crucifixión.

“Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: ¡Bah! tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas,

“sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz.... (Marcos 15:29–32).

La condenación de los hijos de perdición es que han “[crucificado al Cristo] para sí mismos... exponiéndolo a vituperio” (D. y C. 76:35). No podemos arriesgarnos a decir nada por el estilo ni a pronunciar Su nombre o hablar en Su nombre con ligereza y sin respeto.

Si bien tenemos autoridad para usar el nombre de Jesucristo, debemos hacerlo con cuidado. Su nombre y “lo que viene de arriba es sagrado, y debe expresarse con cuidado y por constreñimiento del Espíritu”. Recordémoslo cuando se nos llame a hablar en la Iglesia o cuando demos testimonio.

En estas circunstancias se espera que concluyamos “en el nombre de Jesucristo”, dando a entender que lo que hemos dicho lo decimos en Su nombre. Debemos poner especial cuidado en lo que decimos y en cómo lo decimos. No hay lugar para tonterías ni estupideces. Por encima de todo, debemos buscar el Espíritu a través de la oración para hablar bajo su influencia y evitar ser condenados.

Me he dado cuenta de que el presidente Gordon B. Hinckley suele terminar sus discursos diciendo “en el sagrado nombre de Jesucristo”. No estoy sugiriendo que hagamos lo mismo; no creo que ésa sea su intención ni que sea apropiado que lo hagamos rutinariamente. Antes bien, deseo llamar su atención ante el hecho de que el Profeta tiene un profundo sentimiento de la responsabilidad que conlleva el hablar en el nombre del Señor y que para él es sagrado. Él utiliza ese nombre con reverencia, ése es el ejemplo que debemos seguir.


Élder D. Todd Christofferson
Charla fogonera del SEI 7 de noviembre de 2004 BYU

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