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La santidad de la más importante y sagrada de las creaciones



La naturaleza sagrada del cuerpo físico. Así como Dios y Cristo se merecen nuestra reverencia, también Sus obras se merecen nuestro respeto y reverencia. Ello, desde luego, incluye la prodigiosa creación que es la tierra. No obstante, a pesar de lo maravillosa que es, no es la mayor de las creaciones de Dios. Mucho mayor es la maravilla del cuerpo físico, creado a semejanza de la persona de Dios, y que es vital para nuestra experiencia terrena y clave para nuestra gloria sempiterna.

He tenido la bendición de estar presente en el nacimiento de cada uno de mis cinco hijos. Cada vez me ha parecido una experiencia sagrada. Era evidente que estaba ante un hecho milagroso y divino. Me parece oír a mi esposa que me dice: “Qué fácil es decirlo. No eras tú el que tenía los dolores”. Ciertamente, el nacimiento está bien acompañado de lo que se podría denominar “una verdadera experiencia terrenal”. Admito ante todas las madres que no he tenido que padecer su dolor y que no finjo entenderlo.

Pero, hablando en serio, ¿acaso el padecimiento de una mujer durante la creación de un cuerpo físico no contribuye a la santidad de dicha creación y de dicha mujer? Su sacrificio contribuye a santificar algo que ya era santo.

Algunos han supuesto erróneamente que no responden ante nadie por su cuerpo. Sin embargo, se nos dice claramente que seremos responsables ante Dios. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?

“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19–20).

“Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:17); “...os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1).

¿Cómo debemos preservar la santidad de la más importante y sagrada de las creaciones de Dios? Como mínimo, en modo alguno debemos profanar nuestro cuerpo. Seré más específico: si poseemos la percepción de lo sagrado, no desfiguraremos nuestro cuerpo con tatuajes ni con perforaciones [o piercings]. Algunos se extrañan de que el Presidente de la Iglesia haya tomado cartas en este asunto. Les sorprende lo directo y lo concreto de sus palabras al respecto cuando declaró:

“Un tatuaje es graffiti en el templo del cuerpo.

“Por el estilo es el perforarse el cuerpo para colgarse múltiples aretes en las orejas, en la nariz e incluso en la lengua. ¿Es posible que consideren que eso es bonito? Es una fantasía pasajera, cuyos efectos son permanentes... La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce hemos declarado que nos oponemos a los tatuajes y también ‘a las perforaciones del cuerpo que no sean para fines médicos’. No obstante, no hemos adoptado ninguna postura con respecto ‘a las perforaciones mínimas que se hacen las mujeres en las orejas para usar un par de aretes’... un par” (Gordon B. Hinckley, en Conference Report, octubre de 2000, págs. 70–71; o Ensign, noviembre de 2000, pág. 52).

¿Por qué el profeta de Dios iba a hablar de cosas que fueran insignificantes? Porque no lo son. Profanar o desfigurar la creación de Dios, Su templo, constituye una burla de lo que es sagrado. Sólo los que han perdido la percepción de lo sagrado pueden considerarlo insignificante. No lo hagan.

La ropa inmodesta también empaña la naturaleza sagrada del cuerpo humano. Se ha echado mano de muchas excusas para justificar la moda inmodesta y la pornografía. Algunos han defendido con denuedo que no se puede legislar para evitar esta expresión, y argumentan que no puede ser malo cuando no hay ley que lo prohíba.

Hace poco se desempolvó una vieja justificación que se utilizó para defender el que los atletas olímpicos posaran desnudos para revistas pornográficas. Un editor manifestó: “Estas mujeres... tienen unos cuerpos estupendos y se les presenta la oportunidad de exhibirlos” (en Steve McKee, “An Olympic Pose Isn’t What It Used to Be”, Wall Street Journal, 18 de agosto de 2004, A8). Lo que en realidad estaba diciendo es: “Me merezco ganar un dinero a cuenta de unos cuerpos tan estupendos”.

Cualesquiera que sean las justificaciones, verán que el verdadero motivo implícito bajo la inmodestia es el deseo que tiene alguien de beneficiarse de la excitación sexual de otras personas, el ansia irrefrenable de dinero. El cuerpo es templo de Dios y tanto la pornografía como los atuendos reveladores son una muestra de que los cambistas vuelven a profanar el templo.

Podría referirme a la Palabra de Sabiduría y a un buen número de otras cosas, pero de todo lo que se podría citar como vil para el cuerpo, el acto de irreverencia más dañino, más destructivo y más penoso es el de la inmoralidad sexual, y el de su pariente, el abuso sexual.

Me resulta imposible concebir una profanación más grave de la creación de Dios que el profanar su uso más sagrado. Dicho con sencillez: no deben hacer nada de ese tipo. No se arriesguen ni siquiera a caminar por el borde. “Huid de la fornicación... el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18). “Huye también de las pasiones juveniles” (2 Timoteo 2:22). “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros” (Santiago 4:8). “[Presentad] vuestros cuerpos en sacrificio vivo... a Dios” (véase Romanos 12:1).

Élder D. Todd Christofferson

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