La revelación moderna nos dice que la organización de la Iglesia el 6 de abril de 1830 ocurrió "mil ochocientos treinta años desde la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en la carne" (D. y C. 20:1). No obstante, aun con esa perspectiva, los Santos de los Últimos Días celebran "la venida de nuestro Señor y Salvador" el 25 de diciembre. ¿Por qué? La sencilla explicación es que no existe una razón convincente por la que los miembros de la Iglesia vayan en contra de un día festivo cristiano firmemente establecido a menos que el Señor nos lo pida.
Hay por lo menos tres buenas razones por las que podemos sentirnos cómodos al observar esta fecha tradicional.
Primero, José Smith aparentemente aprobó la creciente trascendencia religiosa del día festivo del 25 de diciembre.A pesar de que los registros escolares indican que los niños Santos de los Últimos Días que vivían en Nauvoo a principios de la década de 1840 asistían a la escuela el 25 de diciembre, la Navidad empezaba a tomar los matices de una celebración religiosa.
Por ejemplo, el 25 de diciembre de 1843, el Profeta asentó que a la una de la mañana lo despertaron grupos que cantaban villancicos. La serenata de "música celestial" lo hicieron "estremecerse de placer", y le dio gracias a Dios por la visita y "los bendijo en el nombre del Señor". Esa misma noche, el Profeta disfrutó también de otras festividades.
Segundo, los Santos de los Últimos Días no tienen la tendencia a tomar posturas extremas en asuntos que no son esenciales en lo que respecta al
mensaje de la Restauración. De suma importancia es el testimonio personal en cuanto al nacimiento y la misión divinos del Salvador y la decisión personal de ser un discípulo dedicado de Cristo. Teniendoen cuenta ese énfasis, no es de sorprender que a medida que la Navidad se fue haciendo un día festivo religioso a finales de la década de 1800, los líderes de la Iglesia no creyeron necesario oponerse a él al promover la fecha rival del 6 de abril.
Tercero, no es fuera de lo común que los acontecimientos históricos se celebren en un día diferente del día en el que en realidad ocurrieron. Por ejemplo, a muy pocos ciudadanos de los, Estados Unidos les interesa que la firma de la Declaración de la Independencia de ese país se celebre el 4 de julio, día en el que fue aprobada, en vez de un mes después,cuando el documento terminado de hecho se firmó.La intención es el principio predominante; el espíritu de la celebración es lo más importante y no necesariamente el realizar la celebración en la fecha exacta.
En D. y C. 27:2 se encuentra asentado un precedente. El Señor dijo que no importa lo que usemos como emblemas para la Santa Cena, en tanto lo hagamos "con la mira puesta únicamente en mi gloria, recordando... mi cuerpo... y mi sangre". No es irrazonable suponer que el Señor hiciera una concesión similar en la celebración de Su nacimiento
El élder Bruce R. McConkie confirmó esa idea:"Aparentemente, Cristo nació en el día que corresponde al 6 de abril (D. y C. 20:1), pero, no obstante, los santos se unen a las partes sanas de la celebración de la Navidad. Para ellos, la Navidad se convierte en una oportunidad ideal para renovar su búsqueda del verdadero Espíritu de Cristo, y para centrar de nuevo sus pensamientos en la doctrina verdadera de Su nacimientocomo el Hijo de un Padre Inmortal".
Lo que importa en realidad es q´ celebremos el nacimiento del Salvador y que nuestra devoción hacia Él sea evidente. Si por medio de la revelación se nos indicase que tanto la intención como la fecha correcta deben coincidir, con todo gusto haríamos el cambio; sin De suma importancia es el testimonio personal en cuanto al nacimiento y la misión divinos del Salvador y la decisión personal de ser un discípulo dedicado de Cristo.
Sin embargo, hasta que eso no ocurra, da la impresión de que la celebración en el día de la Navidad cristiana tradicional es aceptable ante el Señor.
por Roger A. Hendrix
Esta respuesta se dan como ayuda y orientación para los miembros de la Iglesia y no como doctrina religiosa.
NOTAS
1. History of the Church 6:134-
2. Mormon Doctrine, 2a. edición (1966), págs. 132-133.
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