Querido Rafael:
Anoche me suplicaste ferviente y urgentemente que te "probara" el amor que siento por ti. Fuiste muy persuasivo, y como siempre quiero complacerte y hacer lo que tú quieres que haga, me fue difícil negarme.
Hoy me siento agradecida desde el fondo de un corazón atemorizado y rebosante, porque no me dejé persuadir; si hubiera cedido ante tu insistencia, estaría ahora mismo aborreciéndome y odiándote y culpándote a ti.
Casi no he dormido en toda la noche, pero he meditado mucho. Pensé cuan hermosa y reluciente es la palabra pureza. Me pongo a pensar que no creo que hubiera podido soportar la desesperación y angustia que habría sentido si hubiera cedido a tus deseos. Durante toda la noche, acudieron a mi memoria varios pasajes de escritura, ¡y nunca habían tenido tanto significado como ahora! El primero que recordé fue aquél en el cual nuestro Padre Celestial dice: "Yo, el Señor Dios, me deleito en la castidad de las mujeres" (Jacob 2:28). Hoy puedo pensar en esa escritura con un profundo agradecimiento porque todavía se aplica a mí.
A medianoche me levanté y abrí el Libro de Mormón para leer un versículo que recordaba, en el que Mormón está dirigiéndose a su hijo Moroni; se puede sentir su horror y aflicción al referirse a la terrible crueldad de los soldados Nefitas hacia las doncellas Lamanitas. "Muchas de las hijas de los Lamanitas han caído en sus manos," dice, "y después de privarlas de lo que es más caro y precioso que todas las cosas, que es la castidad y la virtud. . ." (Moroni 9:9). Estas palabras de Mormón: "de lo que es más caro y precioso que todas las cosas, que es la castidad y la virtud" están grabadas con letras de fuego en mi mente. ¡Eso es lo que me pediste que te diera para probarte mi amor!
Me pregunto si podré hacerte comprender, un poco, lo que me estabas pidiendo. Siendo que estás tan orgulloso de tu nuevo automóvil, ¿qué pensarías si una muchacha te pidiera que se lo regalaras como prueba de tu afecto por ella? Seguramente pensarías que estaría bromeando. Entonces, si te enteraras de que la persona lo decía en serio, la considerarías loca; y no obstante podrías comprar otro, y quizás lo harías, en menos de un año; pero si yo te hubiera dado el don de mi castidad, lo habría lamentado durante el resto de mi vida. Y tú también hubieras perdido tu pureza.
En Proverbios, el rey Salomón dice: "Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas. El corazón de su marido está en ella confiado. . ." (Proverbios 31:10-11).
Si las cosas hubieran sido un tanto diferentes hoy, y si algún día nos hubiéramos casado, ¿habrías sentido que podías confiar en mí? ¡Bien sabes la respuesta a esa pregunta! Rafael, sé que siempre te recordaré, pero ahora siento que no puedo confiar en ti. Anoche trataste de destruir mi pureza y dignidad y la oportunidad de un verdadero futuro de felicidad, por unos cuantos minutos de emoción y placer. Tus palabras para que te probara mi amor fueron una burla cruel; me demostraste que no me quieres, sólo te quieres a ti mismo.
Elisa (El verdadero nombre de la autora permanece en el anonimato)
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