El élder Marvin J. Ashton contó una vez que durante una reunión una mujer que estaba sentada detrás de él le pasó una nota, en la que simplemente le decía: '"¿Puede darse vuelta y darme una mirada?"
Explicó él entonces que "todos necesitamos que nos miren". Dentro de cada uno de nosotros yace un intenso deseo de ser aceptados por los demás. Este sentimiento de unidad y solidaridad se expresa en el calor de una sonrisa, un apretón de manos, un abrazo, la risa, o por medio de demostraciones silenciosas de amor. Se manifiesta en los quietos momentos de reverencia de una apacible conversación y por una sincera atención. Se manifiesta en la suave voz que nos recuerda que somos hermanos y hermanas, hijos de un Padre Celestial.
El recibir el reconocimiento y honores de los hombres puede llegar a convertirse en una obsesión personal. Puede conducir de un acto egoísta a otro, hasta que nuestra vida se vea llena de egolatría y egoísmo. El placer momentáneo del reconocimiento y los elogios mundanos siempre produce más sed. Si los que lo buscan no lo pueden conseguir con un método, lo hacen con otro. Si no lo pueden obtener actuando de manera natural, lo buscarán fingiendo. El deseo de ser popular, de recibir elogios de los amigos, de ser reconocido por los demás, constituye una fuerza poderosa.
Es vano procurar los honores y el reconocimiento humano: esa vanidad proviene del mal, porque nace del egoísmo. Cristo enseñó esta verdad al hablar de los que "se [constituyen] a sí mismos como una luz al mundo. con el fin de poder obtener lucro y alabanza del mundo: pero no buscan el bien de Sión. "He aquí, el Señor ha vedado esto; por tanto, el Señor Dios ha dado el mandamiento de que todos los hombres tengan caridad, y esta caridad es amor. Y a menos que tengan caridad, no son nada. "Por tanto, si tuviesen caridad. no permitirían que pereciera el obrero en Sión. "Mas el obrero en Sión trabajará para Sión: porque si trabaja por dinero,
perecerá." (2 Nefi 26:29-31.)
élder William R. Bradford
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