El grupo de jóvenes de un barrio dela Iglesia decidió trabajar para reunir bastante dinero para hacer un viaje interesante. En vista de que el obispo de ese barrió y yo éramos amigos, él me pidió que le ayudara a dar publicidad a la actividad, a fin de que se diera reconocimiento a aquellos jóvenes por su excelente trabajo. Mi respuesta al obispo fue que no lo haría, ante lo cual él quedó muy sorprendido e inquirió la razón. Le dije que a pesar de que era digno de elogio el que aquellos jóvenes hubieran trabajado tan duro para ganar aquel dinero, en esta vida hay cosas interesantes y cosas importantes que hacer, y que los fondos y la energía que ellos habían invertido podrían ser mejor aprovechados para otros fines más útiles.
Ante mi respuesta, él quedó más sorprendido aún y me pidió una mayor explicación.
Procedí a decirle que mi llamamiento me llevaba a muchos países donde la gente no gozaba del mismo sistema de vida que él conocía, donde los problemas y los sacrificios eran mayores, y donde los jóvenes tenían que luchar para obtenerlos fondos para servir en una misión, el sustento diario para muchas familias representaba otra lucha. Muchos tenían que compartir e intercambiarse entre sí la misma ropa desgastada. Para ellos la moda no era más que lo poco con que contaban. Le dije que aquella cantidad de dinero que sus dignos jóvenes habían reunido sería suficiente para sostener a varios de esos misioneros durante todo su período de servicio. Hablamos del valor relativo de un viaje atrayente comparado con el servicio misional. Entonces él me preguntó:
— ¿Está tratando de decirme que sería mejor que estos jóvenes donaran ese dinero al fondo general misional de la Iglesia?
A lo que repliqué:
—"No. no le he pedido eso: simplemente he dicho que existen otras cosas más nobles que hacer. Le aclaré que no me oponía a que llevaran a cabo el viaje planeado, pero que debía haber un equilibrio en la vida y que. haciendo una comparación, había cosas interesantes y tentadoras en esta vida, mientras que había otras que eran importantes. Más adelante, el obispo me comunicó que había hablado con los jóvenes y que éstos habían captado la visión y el espíritu de nuestra conversación. Habían decidido renunciar a su magnífico viaje y querían donar el dinero al fondo general misional. Querían llegar a visitarme para entregarme el cheque correspondiente y tomarse una foto conmigo al hacer la donación para luego publicar un artículo alusivo en el diario.
Para su sorpresa, nuevamente me negué al pedido, y le expliqué:
—Tal vez convendría ayudar a sus jóvenes a comprender una ley mayor de reconocimiento. El reconocimiento que proviene de lo alto es silencioso; allá se llevan registros cuidadosa y discretamente. Permítales que sientan el gozo de prestar un servicio abnegado y discreto, y que lo atesoren en su alma y corazón. Eso fue lo que hicieron y hoy como recompensa guardan individualmente la memoria y el orgullo de lo que ellos reconocen como a uno de los actos más dignos e importantes de su vida.
Por el élder William R. Bradford - Liahona Enero 1988
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