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Si no prestamos oídos al Señor ni a Sus siervos, bien podríamos denominarnos ateos, puesto que el resultado final es prácticamente el mismo. Se corresponde con la descripción que Mormón considera habitual tras largos periodos de paz y prosperidad: “...es la ocasión en que endurecen sus corazones, y se olvidan del Señor su Dios, y huellan con los pies al Santo” (Helamán 12:2). Por lo que debemos preguntarnos: ¿reverenciamos nosotros al Santo y a los que Él ha enviado?
Años antes de ser llamado apóstol, el élder Robert D. Hales relató una experiencia que manifestó la percepción que su padre tenía de ese santo llamamiento. El élder Hales dijo:
“Años atrás, mi padre, con más de 80 años, aguardaba la visita de un miembro del Quórum de los Doce Apóstoles un nevoso día de invierno. Mi padre, que era pintor, había hecho un cuadro de la casa del apóstol. En vez de que se le enviara el cuadro, ese amable apóstol deseaba ir a recogerlo en persona y darle las gracias a mi padre. Conocedor de que a mi padre le preocuparía que todo estuviera listo para la visita, decidí pasar por su casa. Debido a la copiosa nevada, los quitanieves habían acumulado una gran cantidad de nieve ante la puerta de la casa. Mi padre había limpiado los pasos de entrada y se estaba afanando por retirar la nieve. Regresó a casa exhausto y dolorido. Al llegar yo, tenía dolores cardiacos causados por el exceso de ejercicio y la ansiedad. Mi primer pensamiento fue advertirle de sus imprudentes esfuerzos físicos. ¿Acaso desconocía cuál sería el resultado de su trabajo?
“ ‘Robert’, me dijo con voz entrecortada, ‘¿eres consciente de que un apóstol del Señor Jesucristo está camino de mi casa? Los senderos deben estar limpios. No tiene por qué atravesar toda esa nieve’. Entonces levantó la mano y me dijo: ‘Robert, jamás olvides ni dejes de valorar el privilegio que es el conocer a los apóstoles del Señor y servir con ellos” (Robert D. Hales, en Conference Report, abril de 1992, pág. 89; o Ensign, mayo de 1992, pág. 64).
No es casualidad que un padre así tuviera la bendición de que uno de sus hijos sirviese como apóstol.
Tal vez se pregunten: “¿Considero sagrado el llamamiento de los profetas y los apóstoles? ¿Me tomo su consejo en serio o a la ligera?”. El presidente Gordon B. Hinckley, por ejemplo, nos ha aconsejado adquirir estudios y formación laboral; evitar la pornografía como si de una plaga se tratase; respetar a la mujer; erradicar las deudas generadas por el consumo; ser agradecidos, inteligentes, limpios, verídicos, humildes y aferrarnos a la oración; y que demos lo mejor de nosotros mismos.
¿Son sus hechos una muestra de sus deseos por conocer y hacer lo que el profeta nos enseña? ¿Estudian activamente sus palabras y las de las demás Autoridades Generales? ¿Tienen hambre y sed de eso? Si es así, es que perciben lo sagrado del llamamiento de los profetas como testigos y mensajeros del Hijo de Dios.
Élder D. Todd Christofferson
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