Muchos ya conocen parte de esta historia, que tuvo lugar un invierno en el enorme y atestado Aeropuerto Internacional O'Hare, de ciudad de Chicago,estado de Illinois. Ese día, una gran tormenta había ocasionado demoras y cancelaciones de vuelos; los miles de personasque habían tenido que quedarse o habían sufrido demoras estaban impacientes, malhumoradas e irritables. Entre ellos se encontraba una joven mujer, de pie en la larga línea de pasajeros que esperaba turno frente a un mostrador; estaba embarazada y tenía consigo una hijita de dos años, que se hallaba tirada en el suelo sucio, junto a ella; la madre se sentía enferma y extremadamente fatigada.
El médico le había advertido que no debía agacharse ni levantar cosas pesadas; por eso, cada vez que la línea se movía ella empujaba con el pie a la criatura, que lloraba de cansancio y hambre. La gente que la observaba hacía comentarios negativos acerca de aquella escena, pero nadie se ofreció para ayudarla.
De pronto, se le acercó un hombre que, sonriendo con bondad, le dijo: "Usted necesita ayuda; permítame ayudarle", después de lo cual levantó a la niña del suelo y la sostuvo tiernamente en sus brazos; sacando del bolsillo un dulce, se lo dio, lo que la calmó inmediatamente. Luego, explicó la situación de la mujer a los que se encontraban delante de ella en la línea, y la acompañó hasta el mostrador donde habló con el agente de la aerolínea; éste verificó el pasaje de la joven e hizo los arreglos para que tomara el vuelo que le correspondía.
Después, el caballero le buscó asientos donde madre e hija pudieran esperar cómodamente, conversó con ella un momento y luego desapareció entre la multitud. La mujer volvió a su casa en el estado de Michigan sin saber el nombre del amable señor que la había ayudado. [Véase Edward L. Kimball y Andrew E. Kimball, Spencer W. Kimball, Salt Lake City: APAK Publishing Co., 1979,págs. 374-375.]
Muchos años más tarde llegó a la oficina del Presidente de la Iglesia una carta que decía lo siguiente:
"Querido presidente Kimball: "Estoy estudiando en la Universidad Brigham Young después de haber regresado hace poco tiempo de cumplir una misión en Munich, Alemania Occidental. Disfruté mucho de la misión y aprendí muchísimo... "La semana pasada, en una reunión del sacerdocio, hicieron un relato sobre un amable servicio que usted prestó a una persona hace veintiún años, en el aeropuerto de Chicago. Hablaron de la forma en queusted se acercó a una joven mujer, embarazada... y con una niñita que lloraba..., consternada por la situación, esperando en una larga línea para arreglar su pasaje.
Estaba en peligro de perder el embarazo y, por ese motivo, le era imposible levantar en brazos a la niña para consolarla. Había sufrido antes cuatro abortos y el médico le había prohibido levantar pesos e inclinarse. "Usted se encargó de consolar a la criatura y de explicar la situación de la mujer a los otros pasajeros. Ese acto de amor tuvo un efecto calmante sobre mi madre, aliviando la tensión que sentía. Pocos meses después nací yo, en Flint, estado de Michigan.
"Sólo quiero agradecerle su amor. ¡Y gracias por su ejemplo!" En verdad, el mundo sería un lugar diferente si cada uno de nosotros considerara frecuente y seriamente el mencionado consejo del Señor: "...todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos..." (Mateo 7:12).
En esta época navideña en que celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, nuestro Maestro, nuestro Rey, nuestro Salvador y Redentor, el Hijo resucitado y viviente del Dios viviente, procuremos sinceramente hacer el bien a aquellos que nos rodean. Que Dios nos bendiga en estos días con un aumento de amor, una disminución de egoísmo, un deseo más grande de ayudar a los que se hallan en dificultades y un
sentido más amplio de lo que significa servir.
LIAHONA/SEPTIEMBRE de 1982
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