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Es sumamente difícil elegir o saber qué hacer en cada una de las innumerables encrucijadas con las que nos enfrentamos a diario en nuestra vida, especialmente cuando las opciones que se nos presentan parecen ser igualmente buenas. Es relativamente fácil mantenerse en el sendero recto y angosto cuando no hay en él mucho tránsito y la ruta está bien marcada. Pero, frecuentemente, a lo largo del camino, nos encontramos con otras personas que también ejercen su albedrío y, sin quererlo, nos damos cuenta de que sus exigencias y lo que esperan de nosotros influye en nuestro comportamiento y elecciones. El momento de prueba se presenta
cuando los amigos dicen: "Vamos, ¿qué tiene de malo? Todo el mundo lo hace". O: "Nadie se va a enterar".
Es sumamente difícil preparar de antemano lo que ha de hacerse en cada una de las situaciones de la vida, y no es nada fácil poner en práctica lo que sabemos que debemos hacer al enfrentar esas situaciones Ello se debe a que muchas de las elecciones que debemos hacer a diario son completamente nuevas, sin precedentes que nos pongan sobre aviso. Cada uno de nosotros debe buscar y caminar por su propio sendero a medida que se esfuerza por practicar los principios que conducen a la
Perfección. Aun cuando podemos encontrar gran ayuda en las Escrituras y beneficiarnos de las experiencias de los demás, la vida se encuentra colmada de momentos en los cuales solamente nosotros podemos decidir lo que haremos o lo que no haremos. (D. y C. 58:26-28.)
A través de nuestra vida nos veremos obligados a elegir entre el deber o la obligación y otras opciones más o menos atractivas:
¿Nos quedamos a ver televisión o hacemos nuestras visitas de maestras visitantes?
¿Pasamos el tiempo junto a nuestra familia o con los amigos?
¿Leemos las Escrituras o una novela?
¿Dejamos a nuestros hijos en casa o los llevamos con nosotros?
¿Compramos las cosas a crédito o preferimos no endeudarnos?
Todas estas decisiones, cuando se toman, excluyen otras, de otra manera no sería en
realidad una probación. El Diseñador del plan de salvación así lo diseñó, para que por medio de la libre elección pudiéramos descubrir qué es en verdad lo quedeseamos y por ese medio saber quiénes y cómo realmente somos.
Muchas veces nos vemos obligados a elegir entre dos cosas buenas, lo cual es una de las paradojas del evangelio. Por ejemplo: Hay una relación directa entre el tiempo que pasamos cumpliendo con un llamamiento en particular y el bien que podemos hacer.
Un obispo hace mucho bien al visitar a un miembro necesitado, pero hace diez veces más bien cuando visita a diez miembros necesitados. Entonces, ¿cuánto tiempo debe dedicar a visitar a los miembros? Nos acercamos al Señor al estudiar y meditar las Escrituras, pero nos acercamos mucho más cuando las estudiamos con más ahínco y las meditamos más profundamente. ¿Cuánto, entonces, debemos estudiar? Un buen padre le dedica tiempo a su familia, pero un padre aún mejor le dedica más tiempo y además sale una noche por semana con su esposa. Pero, ¿cuál es el límite? ¿Cuándo hemos hecho lo suficiente, y quizás aún más que suficiente, demasiado? ¿Cómo podemos saber si somos lo suficientemente activos, si prestamos suficiente servicio a los demás, si sentimos suficiente amor, si pasamos suficiente tiempo con nuestra familia o si es necesario hacer un reajuste en la balanza de lo que estamos haciendo?
Aristóteles dijo en una ocasión:"Ser bueno no es tarea fácil, ya que es muy difícil encontrar el término medio de todas las cosas . . Cualquiera puede enojarse, lo cual es muy fácil de hacer, o dar o gastar dinero; pero hacerlo con la persona indicada, por la razón debida, en el momento propicio y de la forma correcta, eso no cualquiera puede hacerlo ni tampoco es fácil. Por esta razón, la bondad es una cualidad excepcional, loable y sublime."("Man and Man: The Social Philosophers",The World's Great Thinkers, tomo II, editado por Sase Cummins y Robert N. Linscott, New York: Random House, 1947, pág. 352a.)
¿Podría un hombre ser un mejor esposo si pasara todo su tiempo libre en casa con su esposa? ¿Podría ser un mejor esposo si no tuviera hijos, y de ese modo dedicarse a ella completamente? La respuesta es un rotundo no. Nadie, ya sea el esposo, la esposa, los hijos o la Iglesia tiene el derecho de reclamar todo el tiempo de otra persona. Los niños que reciben la atención ilimitada de parte de sus padres se vuelven dominantes y dependientes. Si la Iglesia tuviera obispos que le dedicaran todo su tiempo se convertiría en ministerio remunerado de una institución dedicada a sí misma, en vez de ser una organización divina, instituida con el objeto de ayudar a los hijos de Dios a perfeccionarse. El Señor nunca tuvo la intención de que todo fuera cómodo y fácil en Sión (véase 2 Nefi 28:24), sino que todo se hiciera "con prudencia y orden" (Mosíah 4:27).
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